lunes, 30 de noviembre de 2009

Moneda de oro (Obolo) para Caronte

En la mitología griega, Caronte era una de las divinidades del mundo subterráneo. Su misión era conducir la barca que llevaba a los difuntos del mundo de los vivos al Hades a través de la Laguna Estigia. Las almas de los difuntos eran guiadas por Mercurio hasta la laguna y allí aguardaban hasta que llegara el barquero. Como pago por el viaje, Caronte recibía una moneda de oro que se colocaba en la boca del difunto.
Una vez montado en la barca, era el propio difunto quien remaba hasta la otra orilla, hasta el mundo de los muertos. Cancerbero, el siniestro perro de tres cabezas, custodiaba la entrada del infierno para que ningún vivo entrara ni ningún muerto pudiera salir de él.

La muerte es la única certeza del ser humano. La única verdad para la que, paradójicamente, el hombre carece de experiencia propia. Hasta para morir hay que pagar. Y se paga con la vida.
En el Romanticismo, la existencia en este mundo era un mero tránsito, un requisito sine qua non el hombre no podía llegar a ese estadio de absoluta felicidad. La muerte les hacía libres.
Tome buena nota mi familia de mi última voluntad:

“cuando muera, colocadme una moneda sobre la boca para pagar al barquero. Y en mi mano, fuertemente sujeta, otra de igual valor para que me desprendan de mi humana indumentaria : no vaya a ser que mi Caronte no me permita cruzar a la otra orilla y mi alma vague por los siglos de los siglos con la certeza de que veré pasar delante de mí las imágenes de todos los que en este mundo han sido y he querido. Entonces, y sólo así, habré llegado al infierno.”

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