sábado, 3 de enero de 2009

La Puerta de Esmeralda

Esta es la historia de una joven venezolana aventurera, quien desde niña se interesaba por conocer otras culturas.Me encontraba haciendo austeridades en un monasterio Budista en Katmandú y de pronto sentí el impulso de salir a recorrer las calles exteriores al templo. Siempre tuve que luchar por esa ambigüedad en mi vida, de complacer al espíritu, sin dejar de complacer a la materia.Caminé por largo rato en un mercado a la usanza oriental, con todo tipo de mercancías, antigüedades, monedas de la India Victoriana en plata, alimentos, condimentos de múltiples colores y aromas exquisitos, zapatillas de piel de camello con las puntas enroscadas.Los vendedores me abrumaban, sabiendo que, por ser extranjera tenía dinero para comprar. Otros me guiñaban el ojo y me invitaban a pasar a sus tiendas improvisadas, simples campamentos de tela de sacos de harina cosidos como collage.Yo apresuraba el paso, pero en realidad, las mercancías que exhibían me llamaban tanto, que no podía evitar detenerme a mirarlas.De pronto comenzó a oscurecer y los mercaderes comenzaron a cerrar sus negocios, cuando ví que comenzaba a entrar en una zona desértica. Se veían montañas rocosas casi blancas, que con el atardecer dibujaban sombras caprichosas que estimulaban la imaginación.Seguí caminando y pude ver a los encantadores de cobras, con sus flautas. Me pedían monedas, y yo se las arrojaba en las faldas de sus kaftanes de algodón de múltiples colores.Dejé atrás a los encantadores, gente de circo, osos amaestrados para la danza, odaliscas que por unas monedas serpenteaban sus vientres con mayor habilidad que las serpientes.La noche cayó muy rápido y en aquel desierto, quedé maravillada al ver la bóveda celeste dibujando las constelaciones. Por ser Diciembre de 1995, levantaba sobre el horizonte la constelación de Cancer, junto con los Perros de caza, Mayor y Menor y su estrella principal, la Reina “Sirius” del Can Mayor, grande, esplendorosa, como un faro de puerto.Volteé hacia el Oeste, donde descendía a su dulce sueño la constelación de Capricornio, y en ese año tan especial había un estelio de cinco planetas en Capricornio, Urano, Neptuno, Venus, Marte y Mercurio, todos bañados por las influencias de esta enigmática constelación, mitad cabra, mitad pez, en honor al Dios Mitológico Pan.En pocas palabras, con un espectáculo celestial tan propicio, nada malo podría sucederme. No sentí temor por la soledad del lugar, aquel silencio era música para mis oídos.De pronto, en el medio de la nada, vi una cueva, entré y había una pequeña puerta de vidrio, como de un metro de altura por 50 cms de ancho. Cuando me acerqué para tocarla, pude comprobar que era de una sola pieza de esmeralda.Me imaginé que allí vivían enanitos, o que se trataba de una logia esotérica, que obligaba a sus adeptos a inclinarse al entrar, para así recordarles que la humildad deberá ser la primera de las virtudes para alcanzar la grandeza espiritual.Se abrió la puerta, me asusté. Salió una mujer muy bien ataviada, gitana, joven, morena, cabello rizado y con muchas joyas en su cuerpo.Detrás de ella estaba un joven de rostro angelical, quien me invitó a pasar preguntándome: Eres turista? Te gustaría deleitar tus sentidos con una danza del lugar? No pude resistirme ante tal invitación.Yo, dudando al entrar, me dije que no tenía nada por perder, que como anochecía, si me quedaba fuera, talvez sería víctima de los depredadores.La entrada era un largo pasillo, con espejos colgantes. Los espejos no eran de vidrio, sino de metales muy pulidos, bronce, cobre y otras aleaciones. Típico de una narcisista como yo, me quise reflejar en ellos y para mi sorpresa cada espejo me daba una imagen diferente de mi misma; y yo sabía que todas ellas era yo, en otros tiempos, o mi alma en otros cuerpos.A lo lejos se escuchaba una orquesta interpretando esa música tan sensual, propia de los países árabes. Caminaba contoneando las caderas, al ritmo de la música. Mis pulseras de tobillos cascabeleaban seductoramente junto con la música.Al finalizar el pasillo había un hermoso salón, con pisos de mármol rosado claro, muebles antiguos victorianos muy bien escogidos. Allí se sentaban unos apuestos jeques, barbudos, acompañados de hermosas mujeres.Los hombres, con porte de realeza, estaban cómodamente instalados en los chaise longes de gobelinos dorados y vino tinto; ellas estaban a sus pies, sentadas en el piso con almohadones, los torsos reclinados en los chaise longes de sus hombres.Al observar que ellas no se sentaban al mismo nivel de ellos, me imaginé que eran de castas diferentes, aunque por sus peinados y ropas parecían princesas.Veía como pasaban los mesoneros elegantemente vestidos en dorado y rojo, con sus moustaches largos y enroscados hacia arriba, como unos cinnamon rolls.Las bandejas de plata, las copas de cristal Baccarat con bordes de oro, me ofrecieron, y no tardé en aceptar una copa de dulce vino y exquisitos dulces con nueces, miel y almendras. Todo altamente afrodisíaco.De pronto, de una de las habitaciones llegaron unos vendedores de joyas con sus maletines de cuero viejo, desgastadas sus esquinas por la inclemencia del desierto. No eran indios ni nepaleses, parecían iraníes, por lo blanco de sus rostros.Los jeques sonreían con satisfacción al ver a sus mujeres excitadas ante la belleza de las joyas, se probaban unas y otras y se opinaban entre ellas, sobre cual les quedaba mejor. Parecían gallinitas corriendo de un lugar a otro.Yo allí rezagada, ni me acerqué. Se me iban los ojos, porque mi pasión por las joyas ha sido desde niña. Uno de los jeques me invitó a probarme las joyas, y yo pensé para mis adentros que para un buen susto, un buen gusto.Me quité lo que llevaba puesto y guardé en mi bolso, me puse unos zarcillos colgantes de oro filigrana, que parecían una hermosa jaula oval con una piedra de topacio azul en cada zarcillo. Me quedaban bellísimos, cuando corrí a uno de los espejos a observar como me lucían, era yo misma, pero unos 20 años más vieja, aunque igual de hermosa como ahora. Llevaba las marcas de la experiencia con gran distinción. Me sentí orgullosa de ver que los años no mermarían mi belleza.Luego seguí con las pulseras, de aquellas que llevan cadenitas con anillos hacia los cinco dedos de la mano. Todavía hoy día conservo una de ellas con gran cariño y nostalgia de aquellos tiempos.En la mano derecha no podía faltar mi esmeralda, ovalada, 7 kilates, de las que los joyeros llaman “gota de aceite” por su pureza, rodeada de diamantes en forma de baguettes. Una hermosura ¡¡¡ que bellas se veían mis manos con aquellas joyas.Las jóvenes árabes se acercaban a mi con gesto de aprobación y admiración, y aunque no entendía su idioma, sus ojos y gestos tan expresivos me decían que ellas me iniciarían en todas las artes que hacen posible que una mujer baje el cielo hacia la tierra para un hombre. Yo asentía, aprobando lo que me decían.Uno de los vendedores tenía en su maleta frascos de cristal en cajas de terciopelo azul marino, que contraste tan hermoso ¡¡¡ con perfumes de “Patchoulí”, la flor más escasa y delicada de las montañas árabes. Cada onza de ese perfume era más valiosa que una esmeralda. También recibí un regalo de varios perfumes. Yo elegí para esa noche tan especial el sándalo, los toques de madera siempre me han conectado con mi sensualidad.Luego de esa hermosa experiencia visual y olfativa con joyas y perfumes, llegó la orquesta a tocar hermosas tonalidades y bailarinas comenzaron a llenar la sala.Una señora nepalesa, muy elegante nos llevó hacia el fondo de la casa, donde quedaban los baños. Había allí un grupo de jovencitas esclavas, quienes estaban a nuestras órdenes para auxiliarnos con el ritual del baño. Como no había regadera, estas jovencitas se encargaban de entibiar el agua en cazuelas de barro y con cántaros de cobre y plata mojaban nuestros cuerpos, mientras otras jóvenes nos restregaban la espalda con jabones naturales exquisitos, y otras llenaban con pétalos de perfumadas rosas el estanque.Al comienzo yo me sentía pudorosa, al estar desnuda frente a tantas desconocidas, pero al ver que para ellas era algo tan natural, pronto me sentí como en casa y disfruté de la experiencia.Luego del baño, la dama nepalesa nos dirigió hacia las habitaciones de vestuario, donde las mismas esclavas nos ayudaban a seleccionar el color más adecuado, según nuestro cabello y color de ojos.Yo, por lo blanca, elegí el color vino tinto, púrpura oscuro, el color de los reyes, además que mis uñas de pies, manos y mis labios estaban con ese color.La tela era seda pura, que envuelve los sentidos con solo tocarla. Me puse un pantalón de seda con aberturas laterales, y la típica blusita, un brassiere de copa dura, bordado con lentejuelas doradas. Los senos se me veían más grandes, parecían que querían escapar de su confinamiento. Al principio me sentí un poco incómoda, por cuanto mis abdominales no estaban tan firmes como el de las jóvenes árabes, pero la señora me tranquilizó diciéndome que por mis rasgos europeos, tan diferentes al de las árabes, los jeques no pondrían tanta atención en mi cintura, sino en mis pechos y rostro. Además me tranquilizó al informarme que en lo sucesivo, recibiría junto con mis compañeras, 4 horas diarias de clases de danza, que moldearían mi silueta en corto tiempo.Recordé ese dicho árabe, que dice que los hombres quieren a una mujer que con sus caderas llene la cama. Yo reunía esas condiciones.Nos vestimos, enjoyamos, perfumamos y salimos al salón de los jeques a compartir una lujosa noche, que quedó grabada en mi corazón para siempre.Al llegar el amanecer todo finalizó, y así, noche tras noche se repetía, igual pero diferente, la misma experiencia de complacencia a los sentidos.Yo por mi parte, me olvidé de todo lo que dejé atrás: Mi país, amigos, familia, posesiones, costumbres, etc. Y fue por ello que alteré mi rueda del Samsara, de las sucesivas encarnaciones y muertes, y donde gracias a mis austeridades había logrado ascender tanto, y elegi caer de nuevo y ser una meretriz para la realeza de aquel principado árabe.Mientras todo esto sucedía, en los diarios caraqueños se anunciaba “dama joven con tendencias hacia el hinduismo, desaparecida misteriosamente. Probablemente raptada por un grupo de tratantes de blancas, especialistas en capturar damas extranjeras”.Magali Minerva

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